Friday, April 1, 2011

DEL CUCURUCHO DE MANI AL KILOMETRO DOS Y MEDIO…

Subía por la calle Párraga de la Víbora loma arriba empujando su carretón cargado de cucuruchos, sonando una campana y gritando a todo pulmón: “¡Maní! ¡El manisero llegó!” mientras la esquina con Estrada Palma comenzaba a oler a maní tostado. Yo tendría tres, cuatro, cinco años y disfrutaba el espectáculo desde el balcón del apartamento de mis abuelos maternos. A esa edad todavía no me gustaba el maní y a quien esperaba con impaciencia era al vendedor de panes de gloria.

Esta escena quedó tapiada en mi memoria afectiva y no volví a oír mencionar la palabra maní con marcada frecuencia hasta principio de los Ochenta, pero con otro significado que nada tenía que ver con cucuruchos.

Dependiendo de la nacionalidad, por estos lares le dicen pot, joint, porro, gallito, weed. En aquella Habana ochentera le decíamos maní.

El maní a mí me lo presentó mi queridísimo amigo “coco”. Con el terror que siempre he tenido de ir a parar a una cárcel, la probé a puertas y ventanas cerradas, explicándole vehementemente a mi acompañante de aventura de que aquello no me provocaba ni fú ni fá, mientras sigilosamente vigilaba por la ventana que no hubiese “moros en la costa”.

Aunque siempre digo que yo, como Bill Clinton, no llegué a aspirarla, mi pequeño apartamento habanero de entonces se convirtió en santuario para iniciados. “¡Qué gozar…!” decían unos. “¡Qué, tenemos vicio…!” decían otros. Debo confesar que el maní ayudó a muchos de mis generación a conciliar la larva incubada tras los sucesos de la Embajada del Perú, el éxodo del Mariel y los brutales mítines de repudio que nos convertiría luego en “gusanos a mucha honra…” con la ingenuidad de creernos el futuro intelectual y artístico del país, elegidos para erradicar la intolerancia de las generaciones más viejas.

Solía ir con “coco” a buscarlo al Kilómetro Dos y Medio, una urbanización de casas modelo Sandino detrás del barrio Altahabana, donde la policía no se atrevía a entrar. Una de las anécdotas que daba fama de barrio guapo al Kilómetro Dos y Medio era aquella que ocurrió tras un asesinato. La policía entró a la urbanización en paracaídas a recoger el arma homicida.

El patriarca se llamaba Alberto Caridad, hombre honesto en su negocio. Por no esperar por Alberto Caridad una noche, mi entrañable “coco” corrió como Juan Torena, con el corazón en la mano, después que unos malandros –aprovechando la ausencia de Alberto Caridad- trataran de agitarle el dinero. Cuando vi pasar corriendo a “coco” por mi lado, no lo pensé dos veces y eché un patín detrás de él. Pasado el susto y ya a salvo, le pregunté a mi amigo qué había sentido en ese momento en que aquellos morenos lo tumbaron al suelo, a lo que él me respondió: “La verdad es que tenía ganas de echarme a llorar y llamar a mi mamá”.

Por la visita de Carter y el regalo que le hicieran a este los bloggers alternativos en Cuba, me entero que el maní, el verdadero, se ha vuelto popular por allá y yo caigo en cuenta que he mal interpretado varios emails que me han llegado desde Cuba.

Por ejemplo, un amigo de la infancia el otro día me escribía desde la Habana que estaba harto del maní, a lo cual le respondí que dejara de fumar. A los dos días recibí unas líneas suyas diciéndome: “¿… de qué hablas? A ti la Coca Cola del olvido te tiene trocado: mijito, en mi vida he fumado…”

5 comments:

Anonymous said...

Entonces Eufrates: ¿Te "enmanizabas" por aquel entonces?

Rolando Pulido said...

jajajajaa, no me puedo parar de reir....que cómico está eso Eu.
¿Así que Maní?
Aunque ahora, mirando bien la foto del obsequio de los blogueros a Carter, ahora me queda la duda si esos son cucuruchos de maní o son unos "muy gruesos" joints.
You are AMAZING!

Eufrates del Valle said...

Anonimo, tal cual dije en el texto, "yo, como Bill Clinton", no la aspire.

Estimadisimo Rolando, tambien quedo con la duda... LOL!

Alfredo Pong said...

En mi barrio los "maniceros" de entonces para no desperdiciar hasta la última bocanada del pitillo, se metían en los tanques de agua de las azoteas, ( ya entonces había una enorme escasez del líquido) y los tanques apenas se llenaban a la mitad. Siempre se contaminaba el agua con los resto del maní, y muchas veces escuché a los vecinos decir: ¡ Te fijaste que extraño sabor tiene el agua de la pila en estos días !, nunca bebí agua de la pila e iba a llenar mis pomos a varias cuadras con la ilusión de que es esa cuadra nadie consumiera maní en las azoteas. Cuando aquello el pitillo costaba 5 pesos, y el teléfono público era gratis.

Eufrates del Valle said...

Estimado Pong, entonces sus vecinos eran famosos por cantar a la hora del bano, no? LOL!